Un modelo de identificación

 

¿Y si la generación del ‘73 nunca llegase al poder? ¿Y si la lógica biológica y el determinismo histórico de la voluntad del general Perón no fuesen suficientes? ¿Y si el peronismo degenerase en más y más facciones semejantes al menemismo, como por ejemplo el poco creativo duhaldismo, que es la copia en positivo del peronismo de los ‘40, así como el menemismo es la copia en negativo del mismo período? ¿Qué perderían como referencia los argentinos que hoy tienen veinte años? O dicho de otro modo: ¿cuál es el famoso modelo de identificación que les propone la generación peronista del ‘73? ¿La palabra “peronista” puede encarnarse en otra cosa que no sea en los desprestigiados menemistas? Más de un chico escéptico puede sostener algo así como "El peronismo ya fue, man", y más de un chico desesperado por la falta de padres, de líderes políticos y sociales, de sostén y de destino, puede pedir a gritos que algo suceda en ese terreno. El peronismo u otra cosa, pero claman por algo, y con carácter de urgente, porque se sienten parados al borde de un precipicio en el cual la Argentina, sin metas explícitas más allá de lo económico ni conducción visible, amenaza cada día con caerse. ¿Cómo son los miembros de esa famosa generación peronista? ¿En qué se los reconoce? No está mal intentar construir un identikit, para el uso exclusivo de los jóvenes a la caza de un modelo, y para el uso complementario de mayores nostálgicos, si, por voluntad del Cielo, esa generación se perdiese en las sombras del tiempo.

En primer término, se los reconoce por la edad. Son hombres y mujeres (muchas mujeres, porque era cierto que cuando Evita volviera, sería millones) que a finales del siglo XX tienen alrededor de cincuenta años, los mismos que tenía el General Perón en 1945, cuando asumió el máximo poder político argentino. Provienen de todos los sectores sociales, desde la antigua elite oligárquica portuaria hasta las más humildes familias de las provincias más pobres. Han nacido en la Argentina, en grandes ciudades o en pueblos pequeños, y se han conocido entre sí y dado el trato de hermanos, en la gran marcha que en los años ‘70 trajo de vuelta a la patria al exiliado y proscrito general Perón, protagonista principal de la dorada infancia.

Se caracterizan por no perder la memoria. Saben que han sido niños durante el primer gobierno del general Perón y, como tales, privilegiados, bien alimentados, con una eficiente asistencia sanitaria, con la memoria de una vivienda digna, siempre mejor que la de la infancia de sus padres. Y educados. Con una educación sobresaliente, universitarios en una gran mayoría y políticamente formados desde la escuela primaria en la concepción de una Argentina justa, libre y soberana, en la creencia de pertenecer a una gran Nación, en la seguridad de tener todos los derechos cívicos y en el orgullo de saber que el General contaba con ellos para hacerse responsables, el día de mañana, del hogar común, la Argentina.

Esta idea del hogar común la tienen con naturalidad: Perón se las ha ingeniado para que todos los argentinos sean dueños de la patria, accionistas de la empresa común y gobernantes en potencia. La Argentina ya no es percibida como una estancia con patrón, sino como un lugar de todos. Venga uno de donde venga, pobre o rico, tiene voz y voto, y poder. Derecho y responsabilidad. La justicia social ha tomado la forma política de una democracia masiva, llamada “populismo” por los que extrañan el poder. La Argentina, sentida como casa ajena por los hijos de los inmigrantes, es ya la casa propia de los nietos, y ni la nostalgia ni el llanto por las valiosas patrias de origen perdidas tienen ya vigencia. La generación peronista del ‘73 se caracteriza por su patriotismo natural, por su identidad argentina asumida con el placer de quien asume algo bello e importante, por su arrojo a la hora de hacerse responsable. Es, además de la generación que más hizo para que el general Perón ganase las elecciones de 1973 con el 60% de los votos y la adhesión del 30% restante, la generación que en sus extremos nutrió a la guerrilla, y la generación que, muerto el General, pagó con el cuerpo el precio de su creencia en una Argentina grande. Guerrillera o no, la juventud peronista del ‘73 o fue muerta o excluida del campo político, con las variantes intermedias de la tortura, la cárcel, la persecución y el exilio, por los golpistas del ‘76, después de haber tenido un primer acceso al gobierno en 1973 y a las primeras líneas de conducción del Movimiento Nacional Peronista.

Contemporáneos de la gran revolución sexual de los años ‘60 y de la Revolución Cubana de l959, llevan —como otra marca generacional— el psicoanálisis y el socialismo de corte nacionalista a la cubana. Varias veces divorciados, con hijos de varios matrimonios, han sido capaces de explorar tanto las nuevas relaciones entre hombres y mujeres o los nuevos tipos de familia, donde todo es permitido, siempre y cuando sea amoroso y auténtico, como los nuevos tipos de sociedad, donde toda utopía es posible, siempre y cuando sea solidaria y enriquezca a todos por igual.

Centrada en un devenir nacional vislumbrado como una aventura en la cual la Argentina, heroína pobre del sur, se alza al nivel de las grandes potencias, le importan poco las luchas de clases. Lo que más le va, como imagen sociológica, es la de una burguesía elástica extendida desde abajo hacia arriba, con no demasiados desniveles de poder económico. Más industrialista que agropecuaria, es una generación que cree en la creatividad cultural, en el valor agregado de la inteligencia a la materia prima y a la memoria, y como conservadora de todo valor nacional, adora la vida de estancia que nunca fue la suya. Dispuesta a apoderase de todo lo argentino, esta generación ha hecho suyo el pasado rural argentino. Y el más inmediato pasado urbano del puerto: es una generación que ama el tango, amor que sigilosamente ha transmitido a sus hijos, y ahí está la explicación probable del misterio de tanto joven de veinte años cantando y bailando tango, que aunque una vez más regresado de París, llegó allá no por casualidad, sino llevado por artistas de esta generación.

¿Qué más? Es una generación que ama leer, escribir, el cine, el teatro, la plástica; el arte, en fin, en todas sus expresiones y en particular las masivas. Un colectivo homogéneo que cree que no hay pueblos ricos sin el cultivo de la herencia cultural y la reafirmación artística y permanente de la propia identidad. Que no cree sino en la economía de la productividad y que está absolutamente segura (ya ha vivido lo suficiente como saberlo) de que no hay producción valiosa sin una identidad nacional que la haga posible. Que no cree en una Argentina a medias, sino en una Argentina, por lo menos, imaginada como grande. Que no cree en un pueblo abandonado a su suerte individual, sino conducido con su pleno consentimiento por el camino elegido. Y es una generación que no se imagina a sí misma marginada, ni de la construcción de grandeza ni de la organización desde el Estado de un pueblo huérfano, desde hace demasiado tiempo, de líderes comunitarios.

Este es el modelo disponible para gobernar, o el modelo que la historia se tragará impiadosamente, si el General Perón erró en su cálculo. En todo caso, en este mismo minuto es el modelo impreso, el mapa escrito de lo que aún es una generación en misión.

 
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