XIV

 

Buenos Aires, lunes 14 de marzo de 1983

 

¡Adolfo!

¡Sucedió lo increíble, lo mágico, lo maravilloso! Nos hemos cruzado, mirado, casi rozado. El sábado, yo caminaba por Alvear, usted bajó de su Mercedes gris (¡no sabía que también tuviera un Mercedes!), yo me detuve un segundo porque no lo podía creer, usted vestía un conjunto sport color beige, yo lo miré, usted me miró (¿qué pensó?), y antes de que yo pudiera hacer nada, usted entró en un edificio. ¿A quién fue a ver? ¡Adolfo! Dejó su auto mal estacionado y no se preocupó por eso. ¡Claro, quién se va a atrever a obligarle a pagar una multa! Me siento feliz, muy feliz. No sé bien por qué. Después de todo, supongo que usted no reparó mucho en mí (yo estaba con una remera azul y una pollera blanca), y no cambiamos ni una palabra. No pasó nada, pero, ¡pasó todo! Me siento feliz, feliz, feliz, con una sensación de plenitud nueva, como si hubiera nacido recién, como si acabara de descubrir la vida. ¡Qué cálida y humana es su mirada, querido Adolfo! Eso se percibe en televisión, pero, personalmente, ¡qué capacidad de amor que usted transmite! Adolfo, me parece que actúo como una exagerada, como una desorbitada, como una mujer sin límites. Pero sin falsos pudores ni vergüenza, debo decírselo: jamás un hombre me miró como usted. Desde el televisor, o desde la vereda de Alvear, usted me produce el mismo increíble efecto. ¿Qué tiene usted que no tienen los otros? (Ni hablar del soso de Enrique que por suerte ya se fue a casa de su amigo José.) ¿Qué tiene usted? ¿Magia? ¿Poderes superiores conferidos por Alguien que hace que yo me atreva a escribir estas líneas? ¿A qué estamos predestinados, Adolfo? ¡Ese encuentro del sábado no puede ser obra de la casualidad! Yo sé que Alguien está tejiendo los hilos, y que, en la trama del telar, por alguna razón estamos unidos y acercándonos. Todo es una serie de sutiles coincidencias. ¡Estoy caminando hacia usted, Adolfo! El encuentro del sábado fue una señal, el hecho que Enrique se haya ido de casa ese mismo día en que usted reapareció —físicamente— en mi vida, fue la confirmación de esa señal. El hecho de que Magdalena sea su amiga y yo amiga de ella es otro signo. Adolfo, ¿qué me pasa? Enumero los hechos, describo la realidad tal cual es, y me siento acalorada, afiebrada, como apurada por verlo, por reencontrarlo. Hoy vi su programa, pero, ¡cielos! qué me importan los No Alineados, qué me importa si nos transformamos en un satélite ruso, qué me importa —mire lo que le digo— si ganan los peronistas. Pase lo que pase, siempre estará el rincón de los elegidos, y en ese rincón, usted y —¡no puedo casi creerlo!— también yo. Así parece quererlo Dios, que lo ha puesto a usted en mi camino. Adolfo, me estremece decirlo, pero yo a usted… ¡lo adoro! Adolfo, querido Adolfo, qué alivio poder por fin confesármelo. ¿No he sido tonta? Tal vez usted se dio cuenta desde el primer día. ¿No me juzgará mal? Nuevamente le digo que no le pido nada. Nada. Solo con saber que usted existe, estoy bien. Qué simple es todo, ¿no? Enamorada, sí, ¡enamorada! Sería capaz de gritarlo a los cuatro vientos, pero me lo guardaré para mí. La situación no es fácil. Yo ahora soy libre, pero no olvido que usted es un hombre casado. En fin, espero que mis sentimientos no le choquen, pero con usted... Adolfo, ¿podría tutearte? con vos... ¡con vos! Con vos me he prometido ser franca. A alguien tan inteligente no vale la pena mentirle. No me gustaría mentirte, no. Puede ser que nunca nos volvamos a ver, puede que sí, puede que nos veamos seguido, tantas cosas pueden ser. Pero las cosas que sean, quiero que sean con sinceridad. Estoy segura de que más allá de ciertos convencionalismos que te ves en la obligación de aceptar, sos un hombre espontáneo y natural. Quisiera verte la cara cuando leas esta carta. Sé que vas a ser todo ternura, que te vas a sonreír con tu deliciosa sonrisa de costadito, que vas a entrecerrar tus ojos avellanas y que la vas a guardar en secreto. ¿Cómo lo sé? ¡Lo sé porque lo sé!

Tuya, enamorada,

Daisy
 

P.S. Espero no parecerte una adolescente tonta, pero, ¿hay algo más maravilloso que poder sentir otra vez como a los dieciocho años?

 
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